Los mosqueteros como herederos de Esparta

En el año 1622 se crea en Francia la unidad de los Mosqueteros de la Casa Real. Barrés, en su “Viaje a París” cuenta que, en esos días, el mariscal de Bassompierre, al recibirlos un día mientras leía un fragmento de la “La vida de Licurgo” escrita por Plutarco, les dijo: “Verdaderamente, señores, yo juraría que todos los lacedemonios tenían tanto de cartujos como de mosqueteros”. Y, sin embargo, la fama que acompañaba a los mosqueteros era como explicaba Rostand atribuyendo sus palabras a Cyrano: “Son los cadetes de la Gascuña, / que a Carbón tienen por capitán, / son quimeristas y embusteros; / y a la vez nobles, firmes y enteros, /blasón viviente por doquier van. / Ojos de buitre, pies de cigüeña, / dientes de lobo, fiero ademán; / cuando arremeten a la canalla, / no ciñen casco ni fina malla; / rotos chambergos luciendo van… / Punza-barrigas y Rompe-hocicos / son los dulces nombres que ellos se dan. / Ebrios de gloria, sueñan conquistas, / corren garitos, dan entrevistas; / donde haya riñas, allí estarán… / Tras las coquetas, corren ansiosos, hacen cornudos a los celosos…”, el estilo de los mosqueteros difería, evidentemente, de la austeridad y el autocontrol espartano, pero había un idéntico poso de alegría y austeridad que se reconoce en ambos cuerpos.

En el fondo, alguna diferencia había. Los hoplitas espartanos habían sido educados para la guerra desde la más tierna infancia, mientras que los “carabinos” o “mosqueteros” eran considerados soldados de fortuna, rufianes desarrapados, la mayor parte surgidos de la Gascuña francesa y el Perigord. Pero la escuela de mosqueteros, creada a imagen y semejanza de las “fatrias” espartanas, demostraría su valor convirtiendo a una tropa heterogénea y turbulenta en un cuerpo disciplinado, henchido de valores y dispuesto a demostrarlo hasta el esfuerzo final y la entrega absoluta.

Enrique IV de Francia, a finales del siglo XVI, organizó el “Cuerpo de Carabinos” a la vista de la importancia que progresivamente iban cobrando las armas de fuego en las batallas. Su habilidad en el tiro aseguraba la iniciativa táctica en las largas distancias y la posibilidad de golpear al adversario antes de llegar al cuerpo a cuerpo, algo que los antiguos hoplitas espartanos hubieran considerado una táctica “poco honorable”, ellos, que luchaban a distancia mínima permitiendo al enemigo que pudiera ver la abeja de tamaño natural que tenían dibujada en su escudo circular. En 1615, los “carabinos” habían sido distribuidos entre distintas unidades de choque, especialmente entre la caballería ligera, con misiones de reconocimiento. Esta dispersión fue negativa para todos. Mantenían su espíritu de cuerpo, orgulloso y rebelde. Allí donde fueran destinados abundaban las pendencias, y los duelos se habían convertido en habituales, siempre con ellos como protagonistas y retadores. Luis XIII volvió a reunirlos en un sólo cuerpo, encomendando al capitán Epernon su mando. Había destacado en el asalto a Montpellier y era un militar valeroso y enérgico, acaso el único capaz de reimplantar la disciplina en tan turbulenta tropa. Pero Luis XIII no contemplaba la reconstrucción de una unidad específicamente dedicada al tiro con arma larga, sino que había diseñado para ellos una nueva misión. Se podía decir que eran pendencieros y caóticos, pero nadie hubiera osado acusarles de falta de valor y empecinamiento heroico en los combates. Así pues, disponían de las cualidades necesarias para constituir una guardia personal, de lealtad y valor reconocidos, afecta a la persona del monarca. Poco después de la entrevista del Rey con Epernon, un real decreto transformó el Cuerpo de Carabinos en Cuerpo de los Mosqueteros de la Casa Militar del Rey, y él mismo fue eligiendo individualmente a los integrantes de la tropa. Desde el principio (1622) y hasta su disolución (1749), esta unidad sería la preferida de los monarcas franceses.

Se reclutaba a los mosqueteros muy jóvenes, apenas a los dieciséis años. Ni era necesario un título de nobleza ni buenos caudales, bastaba simplemente una recomendación dirigida a su capitán y era éste quien realizaba la primera selección, que luego el rey solía confirmar. Esto explica el porqué la mayor parte de los mosqueteros procedían del sur de Francia, de la Gascuña y el Perigord y algunos del Languedoc y Aquitania. En general, se trataba de hijos segundones de la nobleza de provincias, empobrecida o sin muchos bienes, tal como nos los pintan en “Los Tres Mosqueteros”. Se les ve en los figones y tabernas situados en torno al Louvre, tocados con anchos chambergos con plumero, capa con largas cintas y mano en la espada. Pero aunque fueran con atuendos más habituales, se les distinguiría por su acento. Dice Dominique Venner: “para aquellos jóvenes flacos, de silueta felina, venidos a pie o montados en lastimosos pencos, su espada era toda su riqueza y su honor la única razón de vivir”.

Si hay algo que, tanto Rostand como Dumas, tienen razón al reflejar en sus obras, es la íntima relación de los mosqueteros con el duelo a espada. Desde 1616, un decreto los ha prohibido, pero es evidente que, no solamente no lo respetan, sino que incluso buscan el duelo, y sus movimientos fuera del cuartel son una pura provocación. Quien no responde a una afrenta pública, quien no toma la espada para defender su honor, es porque no lo tiene. Y quien ha emitido este decreto ignora lo que es el honor, esto es, carece de honor. Además, si los duelos están prohibidos, hay que tener doble valor para aceptarlos y batirse. ¿Por qué el duelo? En primer lugar, por circunstancias históricas. Francia vive un período en el que ha concluido la Guerra de los Treinta Años, hay una paz precaria, y los campos de batalla hace tiempo que se han transformado de nuevo en tierras de cultivo. Los mosqueteros, hombres de armas y entrenados para la guerra, difícilmente pueden soportar las largas guardia en el Palacio del Louvre, o cabalgar junto al rey y otros notables persiguiendo liebres y ciervos. Lo hacen por lealtad a su compromiso, pero piden algo más: demostrar aquello para lo que han sido educados. De otro lado, a su espíritu provinciano le repugna el carácter de la nobleza parisina e, incluso, de los burgueses preocupados siempre por la buena marcha de sus negocios. Ni lo comprenden, ni les interesa. De París aman tan solo la belleza de sus mujeres y el ambiente de las tabernas. El resto se lo puede llevar el diablo o la punta de su espada. Consideran el duelo como un deporte, el más realista y mejor entrenamiento militar posible. No se aprende a matar ni a morir en los entrenamientos casi circenses a los que son sometidos. Se aprende en la “prueba” y no hay ocasión mejor para demostrar el valor y la propia habilidad que el duelo. Los oficiales e incluso la Casa Real no dan mucha importancia a la vulneración de una ley, conocen el fuego que arde en el interior de los mosqueteros y comentan las últimas novedades sobre los últimos duelos y sus protagonistas con la fruición y el interés puesto hoy en los asuntos del “colorín” y en las botillerías sobre el famoseo. En el Prado de los Clérigos situado en las inmediaciones de la Iglesia de Saint Germain, tal como le ocurre a D’Artagnan a poco de su llegada a París, acuden una y otra vez los mosqueteros y sus rivales y dirimen sus disputas; frecuentemente, no sólo hasta la primera sangre sino hasta la muerte. En apenas diez años 8000 muertos son el resultado de estas disputas, muchos de ellos mosqueteros. Ningún otro cuerpo armado ha sufrido tal hemorragia de bajas en aquellos años de recobrada paz. Richelieu no sabe apreciar estas habilidades –él, cardenal de la Iglesia, espartaque ha pactado con los turcos para debilitar a sus enemigos, España en primer lugar-, las considera solamente como una sangría sin sentido que podría evitarse y que debilita la función principal asignada al cuerpo: la protección del Rey.

Hacia 1628 este período de paz concluye y se inician nuevas guerras contra el último reducto hugonote en La Rochelle y contra los ingleses que no dudan en aliarse con ellos. No llegaron a tiempo de combatir, pero lograron impresionar a Richelieu que, a partir de ese momento, los incorporará a todas sus campañas. Es en 1629 cuando tiene lugar su bautismo de fuego real, en la campaña contra el duque de Saboya apoyado por España. La vanguardia del asalto al Pas-de-Suse estaba formada por la Compañía de Mosqueteros. El rey les dio la señal de asalto y, en apenas unos minutos, la lucha ha concluido con la derrota total de los saboyanos. El propio Luis XIII se lanzó también al asalto tras los mosqueteros. La unidad está dirigida por un nombre que Dumas se encargará de popularizar en el siglo XIX, el heroico Troisvilles, pronunciado “Treville”, que en esa acción recibirá los galones de teniente.

A partir de ese momento, los elogios prodigados por el rey a “sus mosqueteros” se hacen casi obsesivos, especialmente a oídos de Richelieu, que ha organizado su propia “Guardia”. Entre ambos cuerpos empieza a existir una rivalidad irracional de la que, frecuentemente, los mosqueteros salen victoriosos, sellándose con afrentas acumuladas a la guardia del cardenal . Pronto empieza a planear un odio cerval del cardenal hacia estos hombres de armas que escapan a su disciplina (y, en realidad, a cualquier disciplina) y tienen a bien, incluso, excitar al combate al propio rey que, tal como dijo en cierta ocasión, de no haber nacido para el trono hubiera amado pertenecer a aquellos “gascones locos” (tal como los define el Duque de Guiche durante el sitio de Arrás en la obra de Rostand). La campaña de Lorena en 1630 aplaza estas disputas y, nuevamente, el ya capitán Troisvilles se cubre de honor dirigiendo la carga contra los loreneses. Ya son casi todos gascones, e incluso el grito de guerra propio de aquella raza indómita –“Billegañé, billegañé”- se ha convertido en el grito de asalto de la unidad que, por si mismo, basta para causar terror en el adversario. Cuando lo oyen pronunciado con el acento duro del sur, saben que tienen delante a mosqueteros. Este origen gascón es reflejado por Rostand en su “Cyrano” cuando durante el cerco de Arras, para animar a la tropa, el protagonista pide al músico que toque su flauta. Dice Cyrano: “Oíd: mientras sus notas desentraña, / el pífano suspira: / suspira recordando tiernamente / que si de ébano es hoy, fue ayer de caña (…) / Gascones escuchad… bajo sus dedos, / no es la trompa guerrera / no es en sus labios el marcial sonido / que al combate nos llama: es el silbido / que oíamos antaño / es la flauta grosera / del pastor que apacienta su rebaño / Escuchad, escuchad… es la espesura / es el monte, el arroyo, la llanura; / el rabadán inculto y atezado / el pastor avezado / al rigor de las frías estaciones / que calza abarcas y cayado empuña; / es el campo, es la paz… Oíd gascones / ¡es toda la Gascuña”. Mientras los mosqueteros, en el tiempo de Troisvilles, fueron mayoritariamente procedentes del sur, siguieron experimentando la indómita atracción de su tierra natal, al igual que otros como Christian de Neuvillete, normando, seguía arraigado en el norte. Por eso, Christian pregunta a Carbón: “Cuando a un joven forastero / humilde, si no menguado, / le llegan a provocar / meridionales matones / y por demás fanfarrones / ¿qué ha de hacer?”. Y el capitán le responde: “Debe probar / que, aun siendo del Septentrión / también puede ser valiente”. La región de origen –lo que hoy se llamaría “nacionalidad”- sirve sólo para estimular rivalidades y competencias, a ver quién se distingue más por su valor. Pero, a fin de cuentas, todos están de acuerdo en que, sea cual sea la nacionalidad de la que se proceda, es una nación, un Estado y una Corona lo que se trata de defender. A fin de cuentas, no es la rivalidad por el origen, sino la rivalidad por el valor y el honor lo que forja la dureza diamantina del Cuerpo de los Mosqueteros.

Resuelta sin grandes complicaciones la campaña, regresan a París en un momento en el que, tanto el Rey como el Cardenal, han asumido el patronazgo de los Mosqueteros y de la Guardia respectivamente y no les importan los duelos si con ellos unos muestran su superioridad con la espada frente a los otros. Es el año 1632. Dos años después, el rey Luis XIII se nombrará “Capitán de los Mosqueteros”, mientras que Troisvilles recibe el mando en plaza de la compañía. Con este aval, los mosqueteros son conscientes de su prestigio e inician una espiral de duelos sin precedentes. Como siempre, los Guardias del Cardenal suelen llevar la peor parte.

Más o menos en esas fechas aparece un joven gascón en las abigarradas calles de París. Se llama Carlos de Baatz de Castelmore, pero su figura aparecerá en el relato de Alejandro Dumas como el padre de D’Artagnan. Se sabe, asimismo, que poco después fueron admitidos en el cuerpo Armando de Sillegues de Athos, en 1640, Henri de Aramitz, su sobrino, y quizás hacia 1641, Isaac de Portau. D’Artagnan, Atos, Portos y Aramis, los cuatro protagonistas de la novela de Dumas, existieron realmente e, incluso, tal como la novela refleja, se vieron envueltos en conspiraciones palaciegas y embrollos sin fin.

Son los años en los que la Compañía de Mosqueteros asienta sus valores y fija su perfil definitivo. Dominique Venner nos cuenta de ella: “Su disciplina era muy severa. Habituados a vivir juntos, los Mosqueteros se tenían mutuamente en gran estima. No había entre ellos uno sólo que no fuera un valiente; se era particularmente exigente en lo tocante al valor personal. El espíritu de cuerpo era muy pujante, porque se asentaba en la amistad y la confianza recíproca entre todos los hombres de cada destacamento. La compañía había llegado a ser la mejor escuela para aprender a la vez el menester del soldado y los deberes del hombre de la corte”. Aparentemente, estamos ya lejos de aquellos primeros tiempos del cuerpo descritos por Rostand en la presentación de los mosqueteros al Duque de Guiche. Es cierto que habían asimilado algo el estilo de la corte. Como Cyrano, había entre ellos poetas tan hábiles con la pluma como con la espada. Dominaban las buenas maneras y la cortesía, pero nadie había conseguido erradicar ni su tendencia al duelo, ni sus desplantes. Lo había comprobado Richelieu y lo comprobó después Mazarino, que no dudó en dispersar la compañía en otras unidades. Tresvilles, promovido al cargo de gobernador de Foix, terminó retirándose a su amada Gascuña muriendo en 1672 con el grado de Teniente General concedido por Luis XIV.

El Rey Sol era un apasionado del arte militar y Mazarino, para congraciarse con él, le propuso reconstruir el Cuerpo de los Mosqueteros como Guardia Real. Quien los disolvió, volvía a sugerir su reorganización en 1656. A pesar de que el sobrino del Cardenal Mazarino recibe la jefatura de la unidad, el mando real corresponde a D’Artagnan. Estos nuevos mosqueteros, son diferentes a los anteriores. Propuestos por D’Artagnan es, finalmente, el Rey quien los selecciona. Y ya no basta una simple recomendación. Se exige un título de nobleza o, si no se posee, caudales suficientes para asegurar uniforme y manutención. Es el precio por estar próximo al Rey. Porque, prácticamente, en esa época los mosqueteros departen cada día con el Rey. Es él quien dirige sus entrenamientos en el Louvre o en el Castillo de Vincennes, él quien diseña uniformes y les pasa revista u observa sus maniobras con fuego real en Neully. En 1657 la unidad reconstituida entrará de nuevo en combate. El propio Luis XIV va con ellos a Calais para combatir a los españoles con ayuda de Cromwell. El 23 de junio la ciudadela capitula y los mosqueteros regresan a París habiendo pagado un elevado tributo de sangre, pero también confirmando a Luis XIV las expectativas que había depositado en el cuerpo. Tanto es así que, en 1659, cuando se concierta la Paz de los Pirineos y se pacta el matrimonio de la hija de Felipe IV con Luís XIV, el rey elegirá a D’Artagnan y a un contingente rigurosamente seleccionado para que le acompañen en su boda. La boda, celebrada en San Juan de Luz, facilitará que la comitiva real recorra entre vítores y muestras de adhesión la Gascuña, tierra natal de D’Artagnan, e incluso se detenga en Castelmore, su ciudad natal.

En la cúspide del reinado de Luis XIV, la compañía se divide en cuatro brigadas, cada una dotada de penachos específicos. Su uniforme característico, el jubón azul, está adornado con la cruz en las mangas y en la espalda. Luego, cada brigada recibirá una casaca de distinto color y, más tarde, se les distinguirá también por el color de sus caballos. Se diría que, desde la rusticidad inicial de los mosqueteros, Luis XIV parece haberlos convertido en un juego cortés de la época. Pero se trata solamente de una pátina frívola impuesta por un monarca no menos frívolo. En realidad, los mosqueteros vuelven a mostrar su valor en el sitio de Munster frente a los mercenarios movilizados por el obispo de esa ciudad. Incluso la más novata, la segunda compañía, compuesta por jóvenes reclutas, mostró su efectividad en el combate. A partir de entonces, los mosqueteros destierran el tratamiento de “Señor” y se llaman unos a otros, incluidos los oficiales, “compañeros”, palabra que expresa la tradición del cuerpo expresada en la divisa de la novela de Dumas: “Todos para uno, uno para todos”. Una vez más, un cuerpo de élite recuperaba la vieja idea espartana: el individuo aislado, el acto de valor individual, no sirve para nada. Es preciso un espíritu colectivo, una disciplina, en la que la personalidad quede abolida y emerja de entre sus restos el “espíritu de cuerpo”. Y para ello, lo primero se trata de estimular la solidaridad vincular entre cada uno de sus miembros. Nadie es más que otro; todos tienen la seguridad de que, en caso de resultar heridos en combate, no serán abandonados en el campo de batalla.

En los años siguientes los mosqueteros participarán en todas las campañas de Luis XIV, distinguiéndose, inevitablemente, como los más efectivos en combate. D’Artagnan seguirá siendo su capitán, aunque no participe en los combates por decisión expresa de Luis XIV que lo reserva para su guardia personal. Sin embargo, el viejo mosquetero no rehuía el combate, y en él encontró la muerte a manos de un arcabucero holandés; justo cuando le atravesaba con su espada, éste le disparó un balazo en la garganta. Allí habían acudido los mosqueteros para participar en el cerco de Maastrich defendido por españoles y holandeses. En su epitafio se leía: “D’Artagnan y la gloria tienen el mismo féretro”. Y no se trataba de un relato novelesco. Muy frecuentemente, en especial en el caso de los mosqueteros y, por extensión, en toda la tradición guerrera, la realidad supera a la ficción. No es raro que, a partir de Maastrich, toda la nobleza francesa que aspiraba a realizar la carrera de las armas aspirara a un puesto entre los mosqueteros. Y así fue hasta la batalla de Fontenoy en 1745 en la que, una vez más, se impusieron sobre sus adversarios.

Lo que podríamos llamar el estilo de los mosqueteros se ha forjado a imagen y semejanza del estilo espartano. Hay, naturalmente, diferencias. En el siglo XVII el individualismo, no sólo se insinúa en el horizonte, sino que lleva ya dos siglos ganando fuerza y empuje. Los mosqueteros tienen algo que, para nosotros, resulta más accesible y comprensible que el viejo estilo espartano: existe en su interior un régimen de pesos y contrapesos. Al espíritu de cuerpo y a la disciplina que solamente es capaz de forjarse aboliendo las distinciones individuales, se añade un deseo de honor individual y de gloria personal inexistente y condenable en Lacedemonia. El espartano no busca gloria individual, su “aurea mediocritas” reside en el cumplimiento del deber y en el mantenimiento de la disciplina. El mosquetero, cuando está desmovilizado, resuelve su vida en los burdeles y figones, en tabernas de mala reputación, o cultivándose, si le apetece, en los múltiples teatros de la capital. Procura que sus frases sean aceradas e incluso provocativas, pero ya está lejos del laconismo espartano. Solamente mantiene ese laconismo en las órdenes que recibe. Hay un común orgullo de raza en ambas experiencias guerreras. Un guerrero no puede buscar protector, tal como le sugiere Lebrel a Cyrano, el cual, asiendo la espada enfundada le contesta: “No tengo protector, ésta es mi protectora”; o cuando, tras la presentación de los mosqueteros al Duque de Guiche, tiene lugar el famoso monólogo –recogido casi íntegramente en ambas versiones cinematográficas- en el que Cyrano rechaza en bloque los valores burgueses y vender su talento, certificando su abominación con el estribillo: “No, gracias”, exaltando su dorada soledad: rechaza un protector y un mecenas al cual deba alabar y bendecir por sus favores, “No, gracias”; rechaza “¿arrastrarme, cual serpiente / ante estúpido anfitrión, / y ejercitar contorsiones con habilidad dorsal?”, “No, gracias”; “¿Publicar versos por cuenta propia / y así la fama de autor alcanzar?”, “No, gracias”; “¿lograr que diez botarates / en su cónclave risible / me proclamen infalible?”, “No, gracias”. Y tras esta retahíla de rechazos indignos, traza su credo: “En cambio… ¡oh, dicha, vencer / gracias al propio heroísmo / fiando sólo en ti mismo / pudiendo siempre a placer / himnos de gloria entonar / o denuestos proferir / soñar, despertar, sentir / lo que es hermoso admirar; / tener firme la mirada / la voz que robusta vibre, / andar sólo, pero libre”. Y sigue: “no escribir nunca jamás / nada que de ti no salga / y, modesto en lo que valga / pensar que otro vale más; / ¡y contentarte, por fin, / con flores, y hasta con hojas / como en tu jardín las cojas / y no en ajeno jardín!”. Para concluir al fin: “En resumen: desdeñar / a la parásita hiedra / sea fuerte como la piedra / no pretender igualdad / al roble por arte o dolo, / y, amante de tu trabajo, / quedarte un poco más bajo / pero sólo siempre sólo”. El espíritu individualista y retador de la época está también presente en este fragmento: “Ah, Lebrel! ¡si comprendieras / cuánto se siente halagada / mi alma bajo una mirada / insultante! ¡si supieras / lo bien que mancha el jubón / la baba de los cobardes…”.

En el fondo, hay algo en Cyrano y en los mosqueteros que remite a la antigua Esparta. No en vano, ambos son vástagos de la misma tradición. Hijos de tiempos distintos, uno es su espíritu y una su vocación.

La Música en tiempos de los Mosqueteros (siglos XVII y XVIII)
Entre estos soldados, se encuentran soldados músicos, que tocan el tambor, el pífano y el oboe. Los los mosqueteros participan muy a menudo en las fiestas de palacio, participando particularmente en las comedias, los bailes y los ballets en refuerzo de los 24 violines del rey o en sustitución de éstos. Una partitura titulada “Pous les comédies, basson des mous
quetaires”, se encuentra conservada en la Biblioteca Nacional de Paris.
Jean-Baptiste Lully (1632-1687), compondrá expresamente para ellos varias obras: marchas militares con tambor, por supuesto, pero también tríos para 2 partes de oboe y bajón.
André Philidor (1652-1730), al que debemos la copia de la inmensa mayoría de obras de Lully, ya que fue guardia de la biblioteca musical del Rey, y también fue oboe de los mosqueteros de 1667 a 1677. Siguió a Luis XIV durante sus campañas de Flandes, Franco Condado, Países Bajos y Alsacia. Estaba presente por otra parte en el sitio de Maastrich, cuando d’ Artagnan, su capitán, murió el 10 de junio de 1673. André Philidor compuso un gran número de músicas para los regimientos reales y trabajó particularmente con Lully en las marchas para los mosqueteros. El manuscrito de 1705 (bibliothéque de Versalles, ms.168) en el cual Philidor reunió las principales marchas de su tiempo, contiene la indicación siguiente para el 4º aire (y los siguientes) de la Marcha de los Mosqueteros, : " Philidor el mayor, formó parte de eso (es decir las 2 voces intermediarias: el 2º oboe y el final), que el señor de Lully no los había querido hacer ".
Es en las diferentes antologías manuscritas de Philidor que reencontramos el rastro de los tríos de Lully, expresamente arreglados para oboe de los mosqueteros. Se trata de un cuerpo de 9 tríos probablemente compuestos á Fontainebleau en 1667. Estos tríos fueron muy famosos en su tiempo y algunos hasta recibieron letra, que los hicieron aún más célebres: “Dans nos bois” (4 trío) y “La jeune Iris” (5 trío). Podemos imaginar que los mosqueteros conocían bien estos tríos hechos canciones y que ellos mismos los cantaban. Se ha podido reconstituir uno de ellos, “O Charmante bouteille”, compuesta por Cambert y publicada en 1665, que Philidor había consignado en sus antologías instrumentales bajo el mismo título, sólo con poner el texto de Perrin sobre las notas reencontradas.
Nicolás Desrosiers, pífano de la compañía de los mosqueteros, nos dejo una “Assemblée” (Asamblea), pieza tradicional compuesta para reunir a los mosqueteros.
La ineludible “Marche des Mousquetaires” (Marcha de los Mosqueteros), fue probablemente compuesta por Lully en 1658. El primer air (parte/movimiento) estuvo de moda hasta Luis XIV. En el mismo año 1658, Lully da su “Ballet d’Alcidiane” en el cual rinde homenaje a los mosqueteros en la septima entrada con un combate precedido por “L’Exercice des mousquetaires” (El ejercicio de los mosqueteros).
La “Marche du régimient du Roi” de 1670 figura en este registro porque también fue tocada por los mosqueteros, como el mismo Philidor explica en su manuscrito de 1705:
“A la creación del regimiento del rey , bat
íamos la “Marche française”, pero los oficiales del regimiento susodicho que habían sido sacados de los mosqueteros pidieron al rey que los tambores batieran la Marcha de los Mosqueteros, lo que les fue concedido, luego batieron la marcha indicada más arriba (Marche du régiment du Roi” y luego repitieron la Marcha de los Mosqueteros que subsiste también actualmente”.
Esta marcha es acompañada, sobre el mismo toque de tambor, de las variaciones sobre “Les folies d’Espagne”, encargadas por Luis XIV á Lully en 1672, orden recibida del rey por Philidor en Saint-Germain-en-Laye.

Armas, Banderas, Estandartes y Divisas de los Mosqueteros.
El nombre de Mosqueteros viene derivado de los mosquetes que llevaron. El mosquete era una arma lenta porque necesitaba varias operaciones antes de hacer fuego: cebar el mecanismo a resorte, verter la pólvora, introducir la bala, encender la mecha con un encendedor (mecha que se ataba a la cabezada de la rienda). El mosquete progresivamente fue reemplazado por el fusil, atado bajo la parte derecha de la silla. Tenían también dos pistolas a disposición en el arzón, los mosquetes sólo quedaron para las revistas ante el Rey.
Sus Banderas que son mucho más pequeñas que las de la infantería, y sus Estandartes, que son del tamaño ordinario que otros Estandartes, son de fondo blanco; los de la primera Compañía tienen como divisa una bomba en el aire que cae sobre una Ciudad con esta inscripción, " QUO RUIT Y LETHUM ", emblema que significa que cargando a los enemigos, llevan la muerte y el estrago tal como la bomba dónde cae. El Estandarte y la Bandera de la segunda Compañía, tienen como divisa un haz de doce dardos envenenados, puntas abajo con estas palabras " ALTERUIS JOVIS ALTERO A TELA ": lo que quiere decir que el Rey que habrá añadido esta segunda Compañía a la primera, le hará las veces de nuevo rayo de guerra cuando se tratará de combatir a los enemigos del Estado.
Los tambores de este Cuerpo son mucho más pequeños que los de la infantería, y laten de otra manera que es extremadamente alegre, eran las únicas Tropas de la Casa del Rey que no tenían Trompetas ni Timbales.


Uniformes de Ordenanza de los Mosqueteros y la Institución de las Sobrevestes.
La primera Compañía de Mosqueteros llevó casaca a su creación, como asegura Mr. de Puisségur en sus Memorias, cuando habla del origen de esta Compañía; este casaca era solo el uniforme que los distinguía, porque entonces era difícil poner unidad en los vestidos entre las Tropas. La llevaron durante algún tiempo sin otros atuendos de Ordenanza, y siempre en los ejercicios y en las revistas, y cuando el Rey deseaba hacer unas revistas brillantes, ordenaba la forma y la magnificencia de sus vestidos. Hasta una vez ordenó que se hiciesen ropas en piel de búfalo, adornando sus mangas de diamantes. Otra vez fue ordenado vestirlos de terciopelo negro, y otra confeccionaron unas casacas grises galoneados de oro sobre todas las costuras. Las casacas eran muy cortas y caían sólo sobre la grupa del caballo; el Rey para su entrada en París, después de su matrimonio en 1660, hizo hacer unos magníficos uniformes, que todavía siguen conservados en Vincennes.
Pero cuando Su Majestad creó la segunda Compañía, de la que tomó el título de Capitán en 1664, puso un uniforme diferente en cada Compañía, fue pues sólo en 1673, después del sitio de Maastricht, cuando el Rey ordenó el mismo uniforme en ambas Compañías, lo que las distinguía, es que la primera llevaba el galón de oro, y lo secunda de plata.
En 1677, los uniformes fueron juste-au-corps escarlatas, y fueron los que continuaron llevando desde entonces, con los bolsillos verticales, con un sólo bordado y los galones eran diferentes.
Luego habiendo siendo obligados a llevarlos en batalla, hicieron casacas de la longitud del abrigo, que desciende bajo la rodilla, y que tienen cuatro cruces, una detrás, una por cada lado, y otra delante, separada en dos, la mitad del costado derecho, y la otra mitad del otro. Pero, como las casacas incomodaban a los Mosqueteros, tenían que dejarlas, cuando hacían el ejercicio delante del Rey.
Su Majestad ordenó en 1688, el soubrevestes que son como los juste-au-corps, pero sin mangas, de color azul y galoneadas como las casacas, adornadas de dos cruces, una delante y una detrás de terciopelo blanco, bordadas de un galón de plata y con flores de lis bordadas en los ángulos, así la delantera y la trasera de este soubrevestes, se abrochan a los costados con corchetes.
Hubo todavía otra razón que determinó al Rey para darles las soubrevestes y es que combatiendo a pie no tenían casaca, y la echaban detrás del hombro cuando combatían a caballo lo que impedía que se los reconocieran fácilmente, y como había observado en diversas ocasiones, que la sola vista de este Cuerpo ilustre imponía el terror entre los enemigos, lo que llegó en la Batalla de Montcassel, juzgamos, que darles un vestido distinguido, los hizo reconocer a la primera ojeada.

Origen de los Mosqueteros del Rey
Es hacia el fin del siglo XVI cuando se encuentra el origen de los Mosqueteros del Rey. Se trataba entonces de unos gentilhombres que escoltaban a rey Enrique IV. Fueron equipados de mosquete de cañón corto denominado "carabina" con la cual podían disparar montados a caballo. Los nombraron pues los "carabinas del rey " hasta 1622, fecha en la cual Luis XIII decidió crear un cuerpo distinto de caballería equipado de mosquetes y quitando la carabina, y que se nombró la Compañía de Mosquetones del Rey luego de los Mosqueteros del Rey.
Algunos de los 150 Mosqueteros antiguos se derivan de las mejores familias de Francia. Llevan casaca azul adornada de una gran cruz de plata y siguen al rey en todos sus desplazamientos. También, el cardenal de Richelieu posee sus propios Mosqueteros, y las escaramuzas entre ambas compañías no faltan, hecho que revivió tan bien Alexandre Dumas en su novela. A la muerte de Richelieu esta compañía pasa a las órdenes del Rey.

En el curso del tiempo, ambas compañías, constaron de 250 hombres, no poseían más señal de distinción. Luis XIV decidió entonces en 1665 que los caballos de la primera compañía fuesen de color blanco o gris, y los de la segunda compañía de color negro. Los hombres llevaban casaca azul forrada de rojo, con cruces de forma diferente. Designando así a los Mosqueteros por las palabras de gris o de negro que seguía el color de su montura, y esto hasta su desaparición definitiva en 1815.

La particularidad de los mosqueteros era ser un cuerpo de caballería pero también de infantería, y combatían indiferentemente a caballo o a pie. Cada compañía poseía pues un abanderado, utilizado a pie, y un portaestandarte, utilizado a caballo. Además de estos 2 hombres y 250 mosqueteros cada compañía comprendía a un capellán, un furriel (que se ocupa de las armas), un guarnicionero, un boticario, un herrador, cuatro oboes y seis tambores.
En el campo de batalla, ambas compañías vivían lo más cerca de la tienda real, los negros a la izquierda y los grises a la derecha. Durante los sitios, guardaban los caballos y ponían pie a tierra para atacar. El valor de este cuerpo de ejército era extraordinario, estos hombres tenían los favores de Rey Sol, al que le gustaba hacerles desfilar en el momento de revistas. El rey abastecía a cada Mosquetero de casaca, de armas así como de una buena paga, con cargo para él de abastecer el resto, particularmente los caballos.